viernes, 18 de mayo de 2007

Ceniza.

Dormía. Aquella noche velaba mi espíritu.
Sonó un golpe. La luz se encendió.
La ventana anunciaba tormenta.
La abrí como estaba, a medio vestir .

Así es como nieva. Así murmuran los copos.
Así balbucean las bocas de signos.
Allí está el original;
aquí, la palidez de la copia.
Allí está todo en sangre;
aquí no hay sangre alguna.

Allí, iluminado, cual difunto,
por débil luz del ventanal,
limpia el aféizar con las lilas
-el frío croquis de un glaciar .

En noche ginebrina el Sur entreteje,
como en trenza de mujer meridional,
brillos de algarrobas y de albaricoques,
orquestas y barcas, y risas de olas.

Y, cual revolviendo castañas,
echa en braseros con el cogedor
bebidas de hombres,
y de las mujeres,
jarabe con luz y calor.

De cada luz llega una plática.
Y arriba, ahogándose, el olmo
el lienzo hace temblar de la marquesa
y pinta con sus ramas en la gasa.

Tú mira, ¡qué fiebre en los Alpes!
¡Qué fiel a la patria es cada paso!
¡Oh, sé bella, por favor!
¡Oh, por favor, en cada caso!

Con tu belleza matadora,
cien veces bella, más y más,
tú siempre, siempre, a todas horas,
de frialdad fundida estás.

Pues, atropina y belladona
tomando, triste, alguna vez,
igual que tú, miraré frío,
e igual que tú, «sufre» diré.

1916
B. Pasternak.

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