sábado, 31 de marzo de 2007

Alfonsina Storni



(...)El jueves 20 de octubre escribió su despedida: "Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame./ Ponme una lámpara a la cabecera;/ una constelación; la que te guste;/ todas son buenas; bájala un poquito/ Déjame sola: oyes romper los brotes.../ te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases/ para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido...".

A los doce años escribe sus primeros versos. "Es de noche: mis familiares ausentes -dice-. Hablo en ellos de cementerios, de muerte. Doblo el papel cuidadosamente y lo dejo debajo del velador para que mi madre lo lea antes de acostarse. Resultado esencialmente doloroso: a la mañana siguiente tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce".

Más tarde la recibe Buenos Aires, que no es hospitalaria, que tiene el cielo preso, que no tiene casi pájaros, donde las paredes son como rejas... "Las mamparas de madera -dice-, se levantan como diques más allá de mi cabeza. Barras de hielo refrigeran el aire a mis espaldas. El sol pasa por el techo pero no puedo verlo. Bocanadas de asfalto caliente entran por los vanos. La campanilla del tranvía llama distante".

El 25 de octubre, su corazón no se apagó, su cuerpo se hizo ola-cielo-arena-constelación, y ella se transformó en mar... Y como luz se fue...

CABEZA Y MAR

Sobre la playa,
obscuro punto,
una cabeza.
Yacente.

Dos alas de gaviota
cubrirían
el triste cráneo
en la tenaza
apretada
del cielo.

De la cabeza
telas de araña
nacen y expandidas
entre sus hilos
invisibles cazan
a las voces
entrañables del mar;
y bajan vidas
del alto vidrio;
y bosques alejados
atrapan
que detrás del mar
ondulan.

Poleas impalpables
la cabeza
en sus espacios
interiores mueve
y no hay sombra ni luz
que el mar refleje
que no esté dentro
atada a la más fina
de sus ruedas
numéricas.

Ahora la cabeza
erguida mira
las grandes pampas
de agua
que amenazan
arrojarse sobre ella
y arrasarla;
mas sólo mueren
en la playa
fría,
desmigajadas.
Los focos de sus ojos
entrecruzan
chispas de azul
con el marino empeño
y el ojo
corta el mar
y lo atraviesa
de una estocada
larga
que da sangre
de algas
eternas.

Alfonsina Storni.

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